ASESINATO EN LA CUESTA DE LOS MILLONARIOS
Una noche de finales de agosto de 1980, un ruido aterrador delante de la puerta me anunció que Baltasar Matzbach había traído hasta mi domicilio sus 120 kilos… el claxon, el golpe de la puerta del coche, el resoplar y ese golpe nasal de clarín que sonaba remotamente similar a mi nombre, eran inequívocos. Yo había venido al campo desde Bonn hacía poco, y me alegró ser perturbado en mi exilio. Tras la desbordante alegría del reencuentro, Baltasar (había perdido al menos 100 gramos) mencionó su hambre furibunda. Estremecido por la compasión, puse diez huevos (dos para mí) y abundante jamón en varias sartenes y preparé café.
GISBERT HAEFS
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