La descendencia del mayor Julio Novoa
Refería la leyenda familiar que cuando se supo que Francisco Limas se había hecho comunista, su madre, doña Raquel, por ese tiempo una señora cincuentona amiga de eclesiásticos y sacramentos, lo llamó a cuentas. (A falta de otra más simple, menos reveladora, esta fue la versión divulgada por la familia, pero Francisco se llevó a la tumba el secreto del ingrediente verdadero que desencadenó la discusión con su madre ese domingo de abril de 1937. No quiso descubrirlo por entonces a su esposa Elena Cuenca ni más tarde a Teresa, su segunda cónyuge, ni mucho más tarde a su hijo Daniel. En su lecho de muerte, veintidós años después del áspero altercado, tentado
estuvo de confesarse con Daniel y Teresa, pero en la penumbra de la habitación olorosa a medicamentos y
humores corporales consideró que era demasiado tarde. Raquel Novoa, en cambio, en sus últimos años, después
de cumplir los ochenta y tres o los ochenta y cuatro, lo contó repetidamente y con ciertas variantes en esas largas
jornadas en que frente al televisor apagado, en presencia o en ausencia de Clara y Manuela, sin ajustar sus recuerdos
a la menor exigencia cronológica y sin dar respuesta a las preguntas a veces formuladas por una u otra de sus
hijas, rememoraba en voz alta, hablaba de lo que había dicho y hecho o de lo que creía que había dicho y hecho, y
de lo que habían dicho y hecho los demás, de lo que había sabido, de las figuraciones de su imaginación.)
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