Muertes de Aurora
Gerardo de la Torre
Desnudo, enredado en las sábanas revueltas de la cama, Jesús de la Cruz abrió los ojos. Se disiparon lentamente cúmulos y brumas, y aparecieron, borrosos en el cielorraso, los trazos que Jesús había aprendido a descifrar: pesado, calculado, fraccionado. De golpe Jesús se sentó en el centro de la cama y echó en torno una mirada rápida y nerviosa. María no estaba allí. Las ropas de María se habían hundido en algún vórtice. ¿Y si se hallaba ella en el baño, en ese atroz cubículo de muebles indecentes y fríos? Torpe, Jesús se acercó al borde de la cama, al lado de la silla donde su ropa se amontonaba y las perneras del pantalón caían sobre el piso cubierto de pañuelos desechables. Descalzo, puestos los calzoncillos, caminó hasta el baño. Allí tampoco estaba María, pero Jesús, tembloroso, se apoyó en el lavabo, se miró en el espejo. El temblor, que nacía en los puntos de apoyo y alcanzaba su mayor intensidad en los músculos abdominales, no cesaba, y Jesús, mirándose en el espejo, esperó que se diluyera. Jesús en el espejo, eras mi persona favorita.
Uno de mis propositos este año es leer al menos un libro al mes, con la oportunidad que dan ustedes de acceder a llibros gratuitamente no tengo excusa para no cumplirlo